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El populismo como engaño político #7Días7Entradas7

¿Quién no es populista hoy en día? Poca gente, desde luego. La honestidad de los sistemas políticos occidentales ha desaparecido tras algo que recuerda más a un mercado de votos que a cualquier cosa medianamente política en sí misma, y en este ambiente el populismo es sin duda el rey. El que mejor oferta tiene más demanda se lleva, no tiene más. Claro, esto no es feudo exclusivo de la ultraderecha, o como se han empeñado en denominarla algunos medios de comunicación españoles (quizá de otros países también, pero no lo sé) “derecha populista”. 

Todas las derechas parlamentarias son populistas, al igual que lo son todas las izquierdas parlamentarias, por pura necesidad. No se puede competir honradamente contra aquél que no lo hace, al menos si se tiene alguna intención de ganar. El sistema es tan cerrado de base que solo las tácticas más rastreras y eficaces tienen cabida. Decir que los extranjeros solo vienen a delinquir y amenazar con expulsarlos (como si eso fuese realmente posible sin una apoyo social masivo), decir que se subirán los impuestos a los ricos y se bajarán los de los pobres (como si la forma de hacerlo fuera mediante los impuestos indirectos, que es lo que generalmente cambian), decir que se viene a asaltar los cielos y que se viene a cambiarlo todo (como si el propio hecho de participar en un proceso democrático tan cerrado como el de las democracias occidentales no conllevase aceptar tácitamente las reglas del juego). Los ejemplos son muchos, de todos los colores e ideologías políticas. Ya no importa nada ni siquiera parecido a la verdad, lo que importa es lo que da tiempo en los medios y suena bien. 
Ferreras, exponente del periodismo populista
Esto es un problema grave en dos vertientes, una, la obvia de la populización de las propuestas y los actos en instituciones para agarrar todo el poder posible. Esta se ve venir y hay mucha gente que se da cuenta (el “todos son unos ladrones” no es más que un reconocimiento poco profundo de esto). La otra es algo más complicada. Cuando alguien entra en este juego, ya sea como peón (cargos bajos o intermedios como alcaldes de ciudades pequeñas o dirigentes regionales pequeños), como figura (presidentes de partidos y figuras públicas en general) o incluso como observador externo (y me refiero a periodistas y analistas, personas cuyo trabajo es observar la política), al final acabas populizandote tú también, porque es lo que se observa como normal y a lo que responden las masas, cuya opinión es literalmente tu sustento. Esto es muy peligroso. Que los políticos profesionales se populicen es lo esperable en ellos, es su juego, pero que lo haga la prensa que teóricamente debería criticarlos y vigilarlos (lo del cuarto poder y tal), es básicamente una dictadura encubierta. Y ha ocurrido y sigue ocurriendo. Tanto en prensa como en política no importa nada parecido a la verdad, importa lo que da clics, visitas, share, retuits, votos o como quieras llamar al concurso de popularidad de turno. Nada más. 
Hemingway, que además de escritor de grandes obras, era periodista
Cuando hay una violación en manada (por poner un ejemplo candente) les falta tiempo a los de un lado y el otro para salir con las mismas gilipolleces de siempre. No cambian, no profundizan, no argumentan. Dicen lo que su público quiere oír y a esperar la siguiente exclusiva. Lo objetivo del periodismo ha desaparecido, aunque se empeñen en hacernos creer que siguen siendo esos periodistas que desenterraban escándalos y hundían carreras políticas. Ya no se les da tiempo a esos periodistas (que probablemente sigan existiendo en algún sitio), ahora son los payasos sensacionalistas los que cubren todo el tiempo, por muy dignos que quieran ponerse. No hay profundidad en lo que hacen porque profundizar requiere tiempo y esfuerzo que está mejor invertido en abalanzarse sobre otra noticia como buitres. La sociedad y la política del populismo se retroalimentan a través de los medios de comunicación. Nunca ha importado menos que ahora la verdad en el periodismo, nunca se ha puesto en tanto valor el amarillismo que durante generaciones se consideró una mancha en la digna profesión. Cuestiones económicas aparte (porque esto no ocurre por arte de magia), estamos más jodidos que nunca cuando en lo que se supone que debemos confiar para informarnos rechaza la información en favor de la opinión y la emoción. Los medios de comunicación de masas son vertederos y la información en internet en general poco confiable. Estamos menos informados que hace unos años pero no nos damos ni cuenta. Estamos jodidos. Y si no, que venga Hemingway y lo vea.

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