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Lo aburrido de lo terrible

Hace no demasiado tiempo, antes de que llegara el fin del mundo, recuerdo que uno de los problemas que algunos grupos veían en el mundo es que el acceso al ocio audiovisual masivo y a la violencia que aparece en ellos iba a acabar por insensibilizarnos del todo antes las muchas cosas terribles que ocurren en el mundo. Otros decían que eso era una estupidez y que ante las verdaderas atrocidades seguiríamos siendo igual de responsivos que antes. Ha tenido que venir una pandemia mundial para demostrar que ambos tenían razón.

No hace tanto tiempo, casi al principio de todo esto, estábamos más unidos que nunca como país. Teníamos un enemigo común y cada cual quería hacer lo que pudiese para ayudar a luchar contra la pandemia. Sabíamos que las cosas estaban mal y que iban a empeorar, pero no queríamos dejar que algo así nos parase. Las primeras semanas, todo caos y confusión, puñaladas traperas de unos gobiernos a otros por materiales sanitarios y opiniones enfrentadas sobre las medidas a tomar, las redes sociales se inundaron de personas ofreciendo lo que podían para ayudar: hacer mascarillas en casa, pantallas para médicos, ayudar a ancianos, comprar para personas vulnerables que estaban mejor protegidas en su casa, cientos de artistas, famosos y no, ofreciendo su contenido gratuitamente para que el confinamiento se soportase mejor, aplausos en balcones que se convertían en conversaciones diarias,... El clima general es que nos estábamos uniendo para enfrentarnos al virus y que juntos íbamos a vencer. No cuesta demasiado encontrar por ahí vídeos de sanitarios bailando y niños apoyando como podían a quien lo necesitase. Era el principio de todo y muy pocos habían interiorizado lo cuesta arriba que se iba a poner todo. 

Celebración por el cierre el hospital de IFEMA

Y entonces empezaron a pasar días, días en los que estuvimos encerrados y el virus no hacía más que aumentar y aumentar en las cifras. Los telediarios soltaban cifras cada pocas horas, cada vez peores. Las cifras superaban los ochocientos muertos diarios. Vivíamos cada día como una especie de pesadilla extraña, para la que nadie estaba preparado. Y entonces un día pudimos salir a la calle. Poco a poco, en grupos pequeños, en franjas horarias, pero salir. Volvíamos a poder pasear, hablar con amigos en persona, ir a los bares. Sí, había que echarse alcohol y tener cuidado y cien cosas más, pero era infinitamente mejor que quedarse en casa. Los telediarios seguían dando cifras que en cualquier otro contexto hubieran sido terribles, pero tras salir de un confinamiento con cientos de muertos al día, eran cifras esperanzadoras. Parecía que todo se estaba arreglando y que ya habíamos pasado lo peor. El verano fue extraño, queriendo hacer cosas pero sin poder hacerlas, con más ganas que nunca de juntarse pero teniendo cuidado con todo. Y poco a poco las cifras empezaron a subir otra vez. Nadie hizo ni caso. Habíamos oído cifras mucho peores y habíamos salido, un repunte no nos asustaba. Y siguieron subiendo. Los países que teníamos cerca empezaron a dar cifras elevadas también. La esperanza de que todo pasase rápido seguía decayendo con cada retraso en el desarrollo de la vacuna. Pero nos daba igual. Tantos meses escuchando noticias terribles y ya no nos resultaban impactantes. El aburrimiento de lo terrible había llegado. Y aquí sigue. 

Mapa con los focos activos de COVID a principios de Octubre

No es la primera vez que ocurre, ni mucho menos. Tampoco hace tanto tiempo que nos pasó algo parecido con los atentados islámicos, cuando en unos pocos meses hubo varios por toda Europa y muchas ciudades se fortificaron, sacando incluso militares a las calles. El primero fue algo horrible. El segundo también, la tragedia se repetía. El tercero ya casi lo esperabas. El cuarto ya entraba dentro de lo que considerábamos normal. No cuesta tanto aburrirse de lo que a todas luces es terrible. El bombardeo de información es tan constante que interiorizarlo como algo normal, diario es muy sencillo. A los pocos días de oírlo una y otra vez acabas por ignorarlo. Porque para qué. Qué más dará dónde sea el nuevo atentado si la semana que viene va a haber otro. Qué más dará cuantos hayan muerto hoy por covid si mañana van a morir todavía más. Qué más dará que no sé qué país haya invadido no sé qué zona y esté prácticamente llevando a cabo un genocidio si el año que viene va a pasar otra vez. Qué más dará cuantos inmigrantes se hayan ahogado en el Mediterráneo si mañana van a volver a ahogarse decenas. 

Mapa con las guerras activas actualmente

Es imposible seguir consumiendo las cosas terribles que pasan en el mundo con la misma intensidad que la primera vez. Primero, porque lo que se repite es aburrido, sea una tragedia o una victoria, segundo, porque ocurren tantísimas cosas terribles en el mundo a la vez que simplemente conocerlas todas llevaría el día entero, y tercero porque el aparato mediático en su conjunto salta entre una tragedia y otra porque sabe que el primer punto es lo que dirige la atención de los consumidores y por tanto el flujo del dinero. Por tanto, ¿nos hemos insensibilizado? No, yo creo que no. La respuesta ante el covid en las primeras semanas es mi prueba principal. Seguimos preocupándonos igual por lo terrible del mundo, pero no podemos si no acostumbrarnos a ello y finalmente aburrirnos. No nos queda otra. Hay demasiado terrible en el mundo como para funcionar de otra forma. No somos insensibles a lo terrible que viene, somos insensibles a lo terribles que ya lleva aquí un tiempo. Estamos acostumbrados, estamos aburridos a lo terrible que hay aquí y eso nos hace parecer monstruos egoístas que no se preocupan más que por lo suyo, pero no tiene (demasiado) que ver el ocio audiovisual en ello. El mundo ya es bastante violento y cruel como para necesitar ninguna otra fuente de violencia y crueldad. Es la realidad lo que nos hace insensibles a la vida, no la ficción.

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