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Gambito de Dama y los finales felices (sin spoilers)

Una de mis cruzadas personales es contra los finales suaves en todo tipo de medios. Originalmente viene de las novelas, pero conforme he ido extendiendo el ocio cultural que consumo, se ha extendido acorde a series, películas y demás. No es siquiera la primera vez que hablo de este tema en el blog, ya que hace aproximadamente un años hice una entrada (esta) en la que hablaba un poco del mismo tema por culpa de Murakami y su, aún a pesar del final, excelente novela La Muerte del Comendador. Y un año después sigo encontrándome exactamente lo mismo y quejándome exactamente de las mismas cosas. Un final no es bueno solo porque a los protagonistas las cosas les salgan bien. Punto. De hecho puede ser malísimo por forzar las cosas a lo bruto para que los personajes más queridos queden por encima, y si no que se lo pregunten a Tyrion Lannister. 

El caso es que por una vez en mi vida he decidido ver una serie mientras aún todo el mundo habla de ella, y la afortunada ganadora ha sido Gambito de Dama, el drama ajedrecístico de Netflix (servicio al que quizá no esté suscrito). Al margen de mi opinión general de la serie, el problema fundamental está en el final. Y la forma en que está planteado. Para dejarlo claro, no voy a spoilear el final porque no hace ninguna falta. El caso es que la serie sigue a una jugadora de ajedrez con muchos traumas que intenta convertirse en una celebridad del tablero. Por el camino conoce a un montón de gente, juega mucho al ajedrez y hace cosas que se consideran casi imposibles de lograr, luchando a su vez con las tendencias de autosabotaje que arrastra por crecer huérfana y demás. La historia no es nada nuevo, exceptuando que en vez de enfrentarse a sus enemigos a tiros lo hace jugando al ajedrez. Y el final, pues un final normal y corriente, obvio con ganas y que le quita todo el peso dramático a la historia. Como siempre. 

Fotograma de la serie

Es verdad que en esta serie no hay un sacrificio heroico, a no ser que sea el de una dama (lo pilláis, porque la serie se llama gambito de dama y va de ajedrez), más que nada porque no pegaría absolutamente nada con la ambientación. Y es curioso, porque en los medios que intentan acercarse al gran público y por tanto buscan finales en los que la inversión emocional en los personajes principales se vea recompensada parece ser que el sacrificio heroico de uno o más personajes secundarios es algo corriente. También es verdad que es una forma sencilla de añadir un toque de tragedia a un final por otro lado totalmente inocuo y aburrido y hacerlo destacar un poco más. Y es que hay mucho miedo a tratar a los personajes con los que la gente se identifica mal. Hay miedo a la repercusión en popularidad y en consecuencia, en el beneficio económico que pueda provocar. Y yo por mi parte llevo bastante tiempo cansado de lo mismo una y otra y otra y otra vez. 

Y como ya dije en su día, no considero que un final en el que todo sale bien sea una locura ni demasiado poco realista, pero también creo que un final en el que las cosas no salen como se supone que tienen que salir es algo que le da a la historia fuerza. Quitando los temas históricos, en los que hay que contar más o menos lo que pasó y en los que aun así muchos se empeñan en dulcificar una y otra vez momentos que simplemente fueron terribles para sus protagonistas (te miro a ti Posteguillo), es casi imposible encontrar una historia que vaya por el lado malo definitivamente. Porque esa es otra, hay finales que parecen que todo sale mal, pero dejan abierta la posibilidad de que todo mejore (y de que se pueda hacer otra temporada u otra novela). Y no. Dame un final malo en un medio dirigido a las masas. Hazme replantearme si la forma en la que me relaciono emocionalmente con los personajes de las cosas que consumo es sana, es lógica, tiene algo de sentido. Todavía, años después y tras revisionarla varias veces, me molesta la existencia del capítulo final de Bojack Horseman, porque en su momento tuve esperanzas de que las cosas iban a acabar mal pero decidieron al final que todo acabase bonito. 

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Fotograma del capítulo que debería haber finalizado la serie (el penúltimo)

Ni todos los planes salen bien ni todos los desgraciados del mundo se redimen al final. Para muestra Maradona, que ha muerto siendo exactamente igual de hijo de puta de lo que era cuando estaba vivo. Claro que si la Guerra Civil hubiera sido una novela hubiera querido que ganasen los rojos, pero lo que ocurrió fue que Durruti murió de un balazo y los franquistas ganaron y reprimieron todo lo que quisieron. Que todo salga bien siempre en una serie solo nos sirve para que cuando algo salga mal en la vida nos demos la hostia todavía con más fuerza. Y sí, podría comprar el argumento de que las series tienen la responsabilidad de enseñar buenos modelos a las personas y que tienen mucho impacto en el mundo (solo hay que ver que Gambito de Dama ha conseguido record de federación anual en ajedrez), pero con las mismas se les puede exigir responsabilidad para enseñar que existen malos modelos y que estamos cerca de caer en ellos, más de lo que creemos. Y, sobre todo, responsabilidad para enseñar que lo que empieza mal puede acabar mal y que incluso las mejores intenciones y voluntades pueden darse contra una pared de circunstancias. Pero claro, sin el mito de que todo sale bien al final quién iba a soportar toda la mierda de entre medias, ¿verdad?

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