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Solos en medio de todo

Ayer por la mañana entré en un supermercado. Es un supermercado grande, probablemente el más grande de todos los que tengo a distancia de un paseo y como era sábado por la mañana, el sábado por la mañana del comienzo de las vacaciones de Semana Santa para más inri, estaba lleno de gente. Mucha, mucha gente. Demasiada gente incluso. Y ahí, en mitad del vestíbulo mientras esperaba a que una señora dejase hueco para echarme gel en las manos me he dado cuenta de cuánta gente había a mi alrededor de la cual yo no sabía nada. Cientos de personas, literalmente, y ni un solo nombre propio conocido. Nadie con quien hablar sin que se hiciera raro, ninguna cara que recordara haber visto antes en otro contexto. Solo extraños, decenas y decenas de extraños. Y rodeado de personas me he dado cuenta de que estaba solo.

Como no se me ocurre qué imagen poner, aquí va El Hijo del Hombre

Este momento de crisis existencial ha pasado y segundos después he seguido con lo mío, pero se ha quedado de fondo en mi cabeza todo el día. Vivo en una ciudad con decenas de miles de personas, un número de gente tan abrumador que casi cuesta imaginárselo, y aun así hay cientos de veces al mes en las que no conozco a nadie, en las que no soy capaz de destacar ningún rostro de esa masa informe de personas que viven en la misma ciudad que yo. Cada día, aunque no salgas mucho de casa como es mi caso, te cruzas con decenas de personas que están más allá de tu círculo de relación, incluso más allá de tu círculo de caras conocidas. Gente que vive en los grises y negros de tu vida con la que puede que no te vuelvas nunca a cruzar. Caras que pasan a tu lado, esperando quizá aparecer en tus sueños (he leído que toda la gente que aparece en tus sueños son personas que has visto alguna vez aunque no lo recuerdes). Caras que detrás tienen una vida, unos problemas, unas alegrías y unas tristezas de las que nunca sabrás nada aunque pasen a metros de ti. Caras para quien tú eres una incógnita también.

Y es que la sordidez viaja en ambos sentidos. Todos los que tú ni conoces ni recuerdas, o al menos la mayoría, ni te conocerán ni te recordarán. Puede que hayas aparecido en los sueños de alguien que no te sepa identificar y nunca lo sabrás. ¿A cuánta gente pone una persona normal cara? ¿A cuántas de esas personas te cruzas al día? ¿Cuántas caras de desconocidos te encuentras? Si se piensa un poco la cantidad de encuentros entre desconocidos al día es enorme. Es tan grande que llega a empequeñecer el número de encuentros con personas conocidas. Y eso que donde yo vivo no hay grandes medios de transporte público como el metro, ahí ya no quiero contar. Vivimos más solos de lo que nos gusta creer, porque siempre le damos más importancia a los encuentros con conocidos. Es normal, tiene sentido acordarse de los que conocemos muchos mejor que de la masa informe de caras, pero si te paras a pensarlo, si haces la prueba de ir mirando a quién conoces y a quién no un día mientras andas por una calle puedes empezar a entenderlo. Irónicamente juntar a tanta gente en un espacio tan reducido como intentan hacer las ciudades hace que todos nos quedemos cada vez más solos.

Este cuadro también es un retrato (Retrato II, Miró)

Y lo peor es que esta situación tiene un eco importante en las redes sociales también, cuando por su propia lógica estas estaban diseñadas para juntarte a gente a la que tú conoces. La cantidad de interacciones con desconocidos que se dan es enorme también, aunque solo sea que te aparezca su comentario o su foto sin siquiera tú buscarlo. Ahí tenemos otro ejemplo de esa soledad en medio del grupo, de la masa de caras desconocidas de las que te vas a olvidar. Sí, puede que salgan en una foto con gente que tú sí conoces, pero ahí están mirándote, preguntándose en silencio quien eres y por qué apareces de vez en cuando en las fotos de quien sea que tengáis como conocido común. Y sí, normalmente en redes tienes la ventaja de asociar a una foto o a un comentario algún nombre, pero eso solo sirve para darse cuenta de que un nombre por sí mismo no significa nada. Sin una conversación, una idea o una expresión a la que asociarlo se queda vacío de significado. Puede que vea un Isabel Díaz Ayuso al lado de una fotografía de una mujer, pero si no sé de qué conoce a mi amigo Almeida ni vuelvo a verla en otras fotos, ¿de qué me sirve su nombre? Es otra cara que se me olvidará y me aparecerá en sueños (para quejarse del gobierno probablemente).

La verdad es que vivir así, rodeado de caras que ni conoces ni probablemente vas a conocer nunca es lo que hemos conseguido con el avance industrial de los dos últimos siglos. Es una de las consecuencias fundamentales de nuestra forma de vivir, así en general. Para producir en fábricas hacen falta ciudades y en las ciudades las caras desconocidas se multiplican. Lo bueno es que si te gusta el true crime como a mí puedes entretenerte pensando qué barbaridad cometerá el cuerpo y la voluntad que hay detrás de cada una de esas caras cuando nadie los vigila. Lo malo es que si alguna vez en tu barrio pasa algo es probable que la cara de quien quiera que lo haga no te suene y no sea más que una de esas que forman la masa informe. Aunque bien pensado, igual en ese caso es mejor no conocer a esa persona. O bueno, puede que seas tú quien hace barbaridades cuando nadie te ve. Y entonces esa gente se alegrará de no conocerte pese a que os separan apenas unos pocos ladrillos cada noche. Esta soledad en medio del grupo puede tener también cosas buenas.

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