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Los días que vivimos sin ruido

Estos últimos meses han sido mucho más interesantes de lo que a muchos les hubiese gustado, y hay, evidentemente, un motivo muy concreto. Estamos metidos en la pandemia más grave del último siglo, una pandemia que ha sido capaz de golpear los pilares fundamentales de la sociedad y poner en jaque a gobiernos y otras instituciones. Y eso ha sido únicamente la primera oleada. No es algo improbable que con la apertura de fronteras y diversos gobiernos actuando como que todo es una broma vaya a haber una segunda oleada incluso más fuerte que la primera. Por lo pronto en EEUU han tenido el día con más contagios hace una semana según el Washington Post. Esto no está ni mucho menos acabando. 

La COVID sigue siendo un problema muy gordo en el mundo

Pero alejándonos de la parte negativa de la pandemia, podemos ver sin necesidad de fijarnos demasiado que ha habido cosas buenas también. Los niveles de contaminación se redujeron considerablemente y la calidad del aire aumentó mucho en las grandes urbes. Y el ruido había casi desaparecido. Es evidente que el que esté todo el mundo encerrado en casa y muchos puestos de trabajo parados tiene como consecuencia lógica la reducción de la movilidad. Pero es que era fantástico salir a la calle, siquiera a comprar, y no encontrarte ni un solo coche. Era fantástico abrir la ventana para oír los aplausos y poder escuchar a la mujer que tres calles más allá daba un discurso. Joder, incluso he visto a gente teniendo una conversación de balcón a balcón a través de una avenida de cuatro carriles sin ninguna dificultad. Durante unas pocas semanas las calles dejaron de ser de los coches y (aunque es cierto que tampoco se podía disfrutar demasiado por la situación) volvieron a ser de las personas. 

La pandemia debería ser un punto de inflexión en nuestra forma de entender este mundo y nuestras relaciones con él. Debido a ella hemos visto cosas impensables, países enteros encerrados en casa, hospitales colapsados, fronteras cerradas, el petróleo regalado... Tantas y tantas cosas que nos parecían imposibles y que la realidad se ha encargado de demostrarnos que eran perfectamente posibles. Hay quien dice que la pandemia acabará con el capitalismo globalista. Yo no lo tengo tan claro, pero sí creo que le ha hecho daño y mucho. Ahora hasta el menos radical tiene pruebas empíricas de que este sistema prefiere que muera gente a parar la producción. Esta pandemia y los años venideros son (o deberían ser) un caldo de cultivo perfecto para propuestas y políticas diversas y atrevidas que busquen cambiar la forma de producir. Debemos plantearnos, ahora más que nunca, cambiarlo todo, porque ahora más que nunca tenemos pruebas empíricas de que no somos más que alimento para la terrible máquina que nos domina. Y uno de esos aspectos a cambiar es el ruido. 

Las matriculaciones de vehículos descendieron durante la crisis, pero después han ido en aumento hasta casi recuperar los datos previos

El ruido es algo terrible en nuestra vida normal. Casi a cualquier hora podemos escuchar el runrún de fondo de la máquina funcionando constantemente. Siempre se oyen motores, es casi imposible escapar de ellos, incluso en poblaciones más pequeñas. Estamos constantemente atacados por la idea de la producción, de la gente que va y vuelve de trabajar, que hace tiene que moverse en coche porque no tiene tiempo o ganas de andar. Ahora que es verano y las ventanas están abiertas todo el día (a no ser que tengas aire acondicionado), se pueden oír coches hasta bien entrada la noche. Y acabamos de salir del pico de la pandemia. Bien pensado, es una locura. Nuestras ciudades están construidas para que ese ruido funciones perfectamente, porque ese es el engranaje que mantiene la máquina funcionando. Ninguna ciudad está pensada para los que viven en ella, sino para moverse desde ella a los puestos de trabajo. Las avenidas y calles para vehículos lo invaden todo y los lugares peatonales son una rareza que sirve para humanizar un poco el ambiente. 

Una ciudad funciona bien, no cuando sirve para crear una comunidad de personas que comparten un lugar geográfico para vivir sino cuando es un medio eficiente para que las personas que trabajan puedan vivir y moverse hacia el trabajo en poco tiempo. Los parques, calles peatonales y demás sirven para que los momentos que los trabajadores han conseguido arrancar para sí mismos tengan un espacio claro designado. Esta filosofía de construcción y planificación de ciudades no cuenta a los habitantes como personas, sino como una suerte de ganado que se debe controlar, mover y colocar para que sus condiciones de producción sean óptimas. No somos habitantes de nuestras propias ciudades, somos números que necesitan un sitio para dormir. Somos un problema del que hay que ocuparse para que la máquina siga funcionando. 

Caminos seguros a los coles del centro
Algunas ciudades han empezado a crear caminos escolares para que transiten los niños en medio de toda esta locura

Como he dicho antes, la pandemia debería convertirse en un punto de inflexión desde el cuál plantearnos la sociedad en la que vivimos, el sistema productivo y la movilidad. Y probablemente sin acabar con el sistema productivo que lo causa sea imposible acabar con esta movilidad tan absurda de coches y ruidos, pero podemos pensar cómo hacerlo. Teletrabajar, reducir la jornada laboral, convertir la mayoría de las calles en peatonales con sólo unas pocas vías para vehículos. Cada ciudad tiene sus problemas y ventajas y probablemente lo lógico sería tratarlo caso por caso, pero hay que estar atentos, levantar la voz y luchar porque nuestras ciudades vuelvan a ser nuestras y no de los coches, porque sean lugares para vivir y no lugares donde pasar el tiempo entre turno y turno de trabajo. Por volver a convertirnos en personas y dejar de ser números. Y por dejar de oír el maldito ruido de la máquina siempre y en todo lugar.

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