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Yo, Robot y el futuro presente

 Yo nunca he sido demasiado de ciencia ficción. Ni de fantasía, con la excepción de dos o tres casos muy concretos. Mi ambientación favorita siempre ha sido histórica o contemporánea, al menos en lo que a novelas se refiere. Y es que hasta que hace no demasiado descubrí a Úrsula K. Le Guin todo lo que había leído o intentado leer de ciencia ficción era Asimov o Sueñan los androides con ovejas eléctricas de Dick y unos por una cosa y otros por otra pues no acababan de convencerme. En el cine era otra cosa, eso sí. Star Wars me gusta, Blade Runner también (aunque su secuela me parece mejor) y Yo, Robot es de mis películas favoritas de la adolescencia.


Fotograma de Yo, Robot

No voy a mentir, era una película que me gustaba mucho porque tenía a Will Smith y porque visualmente está bastante bien. Hacía mucho que no la veía y me he decidido a verla de nuevo hace poco y no me ha desagradado. La idea principal que trata la película es como la emoción es necesaria para interpretar el mundo, porque la lógica pura lleva al genocidio. La diferencia entre la capacidad para procesar datos y la capacidad para interpretar datos es sutil pero importante: interpretar es ser capaz de establecer una jerarquía entre los datos explícitos e implícitos y tener ambos en cuenta al tomar una decisión. Procesar datos es coger lo que se ofrece sin pensar más allá y actuar en consecuencia. Haciendo un paralelismo con lo que ocurre en la película, salvar al adulto que se ahoga porque tiene más posibilidades de sobrevivir es procesar datos, y salvar a la niña aunque tenga menos posibilidades de sobrevivir es interpretarlos. Sí, hay más posibilidades de que el acto quede en un error, pero consideramos la vida de un niño más importante que la de un adulto (el por qué ya queda para otro día). 

Esta diferencia entre procesar e interpretar datos es relevante ahora como lo ha sido desde el origen de la informática. Desde el momento en el que la humanidad construyó la primera máquina capaz de hacer cuentas más rápido que un ser humano normal surgió la pregunta. La pregunta es: ¿realmente es necesario que un ser humano sea el que se ocupe de la toma de decisiones cuando un ordenador puede procesar la cantidad de datos necesaria diez, veinte o mil veces más rápido? Y es una pregunta a la que no hemos sabido responder. Parece ser que hemos llegado a un punto medio en el que entendemos que algunas cosas si pueden ser controladas directamente por ordenadores (por eso no hay nadie que te pregunte si realmente es una buena idea comprarse diez pares de zapatos por internet), pero otras en cambio son demasiado importantes para ello (por ello el mundo funciona sobre la espalda de un gigantesco ejército de burócratas que controlan e intervienen en prácticamente todo). Todo esto tiene un gigantesco pero, que es de lo que algunos autores de ciencia ficción querían advertirnos o al menos reflejar: el futuro.

Podemos hacer casi cualquier cosa por internet sin que un humano lo supervise

Y es que el futuro ya está aquí. Distinto a lo que la mayoría se había imaginado, pero aquí. La evolución tecnológica se ha confinado a la parte de las telecomunicaciones mucho más de lo que casi nadie se esperaba, al fin y al cabo los coches funcionan prácticamente igual que cuando se concibieron (algo más de eficiencia y un tímido intento por introducir los eléctricos en 250 años) y sin embargo la comunicación ha dado varias revoluciones en el mismo tiempo (el telégrafo se inventó 60 años después que el coche). Internet es todo en los países desarrollados y cada vez es más cosas. Realmente no hay mucho más que inventar ni mejorar más allá de la velocidad, por lo que hemos liberado colectivamente una gran cantidad de trabajo e innovación para que vaya a otras partes, pero seguimos necesitados de la tecnología de comunicación. El resumen es que tenemos mejores frigoríficos, pero son mejores porque se conectan a internet. Y con la innovación continua y el avance continuo cada vez la parte del mundo que dejamos como controlada directamente por los ordenadores es mayor. El cambio en los últimos diez años es gigantesco, ¿quién podría imaginarse hace una década que desde tu teléfono móvil podrías trabajar, conseguir literalmente cualquier producto enviado a tu casa sin tener que interactuar con ningún humano o gestionar toda tu vida social y aficiones? Usamos los teléfonos para cualquier cosa menos para llamar, que es para lo que se supone que valen. Y teléfono mediante cada vez está todo más automatizado. Y así, ¿cómo sabremos cuál es la línea roja que no se debe cruzar con la automatización? ¿Existe siquiera esa línea? ¿Seremos capaces de encontrarla? ¿La merecemos siquiera? Porque uno de los puntos importantes de la película es que los seres humanos somos demasiado emocionales para nuestro propio bien, que por el hecho de ser humanos causamos guerras, hambre, violencia, odio y sufrimiento. Solo la fría lógica de un ordenador puede salvarnos de nosotros mismos, aunque para salvarnos de nosotros mismos haya que eliminar a los que no quieren aceptar la lógica fría. Y por fin, el genocidio.

Esperemos que el 2029 no se parezca al de Terminator

No tengo intención de crear ningún tipo de histeria anti tecnológica (aunque hay lecciones que aprender de La Sociedad Industrial y Su Futuro) ni mucho menos defender que nuestro amos de Silicon Valley deban introducirnos chips futuristas en nuestros cerebelos, pero si quiero señalar que ya hemos alcanzado la parte de la historia contra la que nos prevenía algunos autores de ciencia ficción. El miedo al mundo del futuro es ahora el miedo al mundo actual. Ya estamos aquí. Hay preguntas que en los próximos años serán importantes sobre nuestra relación con la informática y la tecnología, preguntas que ya se hicieron y respondieron hace décadas y a las que deberemos dar una respuesta (con un poco de suerte antes de cargarnos el planeta del todo). Pero para empezar a responder las preguntas hay que hacerlas antes. ¿Y he mencionado que Yo, Robot se ambienta en el año 2024?

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