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La crítica de la crítica crítica (o por y para qué criticar)

Hay muchas frases y expresiones, muchas ideas específicas incluso, que me molestan. Me molestan porque su simpleza hace parecer que son algo cierto por sí mismo, pero cuando les das una vuelta un poco más pausada te das cuenta de que realmente son solo una tontería en forma de palabras colocadas de forma que suenen convincentes. Un ejemplo que he visto hoy mismo es la típica idea de que si no te preocupas por todos los problemas del mundo, no puedes preocuparte por un problema en concreto. Por ejemplo, si tú dices que el juicio contra Ruymán Rodríguez es represión del estado (este sigue siendo un problema importante, ya escribí sobre el juicio aquí, pero recomiendo leer a la FAGC para seguirlo más de cerca), lo cual es una queja legítima sobre un problema considerable, es probable que te encuentres a alguien diciendo que por qué no dices nada de los juicios contra Pablo Hasel, los titiriteros o cualquier otra de las causas judiciales represivas del país. Este (inocente) ejemplo debería servir para que localices unas cuantas de ese tipo de frases, de ideas que circulan en cualquier conversación en la que uno entre.

Y como en todo en esta vida, hay que elegir una favorita. Que técnicamente es la menos favorita si se tiene en cuenta que ninguna de estas me gusta, pero bueno. Y en mi caso es sin absolutamente ninguna duda la idea de que las críticas por simplemente criticar son algo malo. Casualmente es también la que más oigo y leo dirigida a mí mismo. Y es que la verdad es que me gusta mucho criticar cosas. Cosas que muchas veces ni van conmigo ni requieren de ninguna manera crítica por mi parte para funcionar. Pero es que ahí está la gracia. La crítica ni pedida ni necesitada es una rareza y diré más, es la más honesta de todas. Cuando lo que digo no tiene ningún impacto en mi persona más allá del hecho de que mi cerebro segrega endorfinas por decirlo y tampoco tiene ningún impacto en la cosa que recibe la crítica, si acaso una ligerísima mejora, es cuando podemos estar seguros de que digo la verdad. Porque decir la verdad es más sencillo que mentir, y no tengo ningún motivo para mentir. Yo soy imparcial en este intercambio, me da igual lo que pase, me da igual que me hagas caso y me da igual el efecto que tenga, yo lo que quiero es decirlo porque sienta bien decirlo y las consecuencias de hacerlo son tan mínimas que es una situación de victoria asegurada. Las consecuencias de hacerlo son, en caso de haberlas, positivas y el acto en sí mismo ni siquiera es dañino, porque su impacto es mínimo. No debería haber ningún sistema moral que prohíba hacerlo más allá del hecho de que es muy fácil confundir una crítica innecesaria e imparcial con una crítica innecesaria y parcial, pero eso es algo que quien critica no puede controlar. Y ahora que más o menos he conseguido defender que la crítica únicamente por la crítica no es algo malo, voy a intentar pasar a hacerlo mismo con la crítica por otros motivos.

Una vez más el meme supera a la palabra a la hora de comunicar

Y es que uno puede coger muchos caminos para intentar defender la crítica, así en general. Incluso cuando esta es dañina, incluso cuando la posibilidad de conseguir arreglar algo es mínima en comparación con el daño que puede causar. Y es que en esta casa no nos gusta el utilitarismo. Ni casi nada, la verdad. Ese es el espíritu de la crítica. Aunque ahora que me doy cuenta realmente no he dado nada parecido a un concepto de crítica, por lo que defender su utilidad o simplemente su existencia va a ser complicado. Aunque más complicado probablemente sea conceptualizar algo como “la crítica”. Así que quien quiera que lea esto puede tomárselo como quiera. Solo decir que para mí dentro del concepto de crítica están tanto las que un profesor puede marcar en un trabajo con intención de que el alumno aprenda como la famosa anécdota en la que Diógenes le tiró a Platón un pollo desplumado para reírse de su absurda definición de hombre (búscalo en google). En general cualquier acto o verbo cuyo objetivo sea matizar algo que otra persona ha dicho o hecho es una crítica para mí. Pero a lo que iba, que me voy por las ramas. Hay varios motivos para lanzar una crítica más allá del propio hecho de lanzar una crítica, así a lo bruto se me ocurren tres: lanzar una crítica con intención de ayudar (lo que se conoce como crítica constructiva), lanzar una crítica con intención de hacer daño (no sé por qué me ha venido a la cabeza la imagen del grupo popular de un instituto americano metiéndose con los frikis en la típica película de sábado por la tarde) y lanzar una crítica porque quieres comprobar que tal se te da y mejorar.

Gracias a escribir este artíiculo he descubierto este cuadro de Diógenes y el pollo

El primer ejemplo es el que muchos consideran legítimo y razonable, intentar ayudar a alguien enseñándole qué es lo que está mal en lo que hace o dice con intención de que lo arregle. El ejemplo de la corrección del profesor. Es difícil encontrar a alguien que no opine que las críticas constructivas sean generalmente positivas, lo que ya es más fácil es encontrar a alguien que acepte las críticas constructivas en todo momento y lugar. A todos en mayor o menor medida nos gusta regodearnos en nuestros errores y demostrar de una forma un tanto absurda que nuestra idea es la correcta aun cuando desde fuera sea evidente que no lo es. Un mundo donde las críticas constructivas se aceptasen siempre sería un mundo de seres humanos perfectamente racionales y nada emocionales, en el que por suerte no vivimos. Con el segundo motivo ocurre un poco lo contrario: en general todo el mundo opina que es algo totalmente ilegítimo e inaceptable. Uno no puede ponerse a meter el dedo en la llaga señalando errores flagrantes con la única intención de hacer daño, no somos salvajes. Exceptuando por ejemplo cuando en la misma película que citaba antes el friki protagonista gana la confianza suficiente para hacer lo mismo que le hacían a él y entonces todos nos alegramos. Y eso que en ninguno de los dos casos se puede realmente saber cómo va a reaccionar el receptor de la crítica. Casi cualquier persona ha podido ver de cerca una discusión que ha empezado porque alguien intentaba hacer una crítica constructiva y la otra persona la recibió como si hubiera sido una patada en la ingle, y aunque sea menos común, hay casos en los que una crítica para hacer daño se convierte por pura ingenuidad o mala suerte en una crítica constructiva que acaba ayudando al receptor (esto me ha pasado a mí como persona alguna vez). Y solo sospechando como va a reaccionar el receptor suena como un poco absurdo abstenerse o alentar alguno de estos tipos de crítica en particular. O todos y que sea lo que dios quiera o ninguno no sea que haya problemas. Lo cual me lleva al tercer motivo.

Y es que yo soy de los que ha decidido que para adelante con las críticas y lo malo que venga pues es malo que tenía que venir, pero claro, con un sentido. Un sentido estético, concretamente, porque la crítica típica y evidente hacia el peso, color de piel, color de pelo u otra cualidad física de una persona es algo vulgar y, sobre todo, aburrido. Cualquiera lo puede hacer con otro cualquiera sin conocer su nombre o intereses, simplemente mirando con los ojos y eso no tiene mérito alguno. Igual que no tiene mérito alguno señalar los típicos fallos que desde fuera son evidentes pero desde dentro de una actividad no se piensan porque se está centrado en otra cosa. Ocasionalmente es algo que hago pero con lo que mi alma sibarita de la crítica no se llena. Son el equivalente a la comida rápida de las críticas. Están bien y te pueden apetecer, pero es más probable que recuerdes un buen chuletón. Porque hay un momento en que las críticas se convierten en algo por lo que merece la pena perder el tiempo, algo en lo que uno puede enredarse hasta ahorcarse. En ese punto estoy yo. Es casi ya competitivo. Lo que yo siento cuando critico (y lo hago mucho) es ganas de ser un poco más afilado cada vez, de ir un paso más allá, de ordenar las palabras de forma que consigan la mayor eficiencia crítica, de ser más conciso y preciso. Y me consta que no soy ni de lejos el único. Porque hay gente que paree vivir por y para criticar, gente que en su medio se distingue por ser un poco más ácido, un poco más “comprometido”, un poco más lenguaraz. Hay cómicos por ahí y luego está Bill Hicks. Hay políticos por ahí y luego está Labordeta. Hay novelistas por ahí y luego está Saramago. Que luego no significa necesariamente que se consiga ser mejor cada vez, porque lo que a ti puede parecerte una genialidad por la lógica interna con lo que lo has montado muchas veces parece una soberana tontería cuando esa lógica se desconoce.

Pongo a Bill Hicks porque no encuentro una foto buena de Labordeta

El caso es que no he dado realmente argumentos de por qué se debería criticar todo, continuamente y sin demasiada preocupación, que era la intención original de este post (la crítica también tiene que ir para uno mismo para bajarse los propios humos), sino que me he enrollado en lo que yo considero son los motivos por los que la crítica no es mala, que a modo de resumen repetiré que se debe a que o bien literalmente no es mala, o bien es mala pero no nos importa o bien es mala pero no creíamos que lo fuera o bien ignoramos completamente el hecho de si va a ser buena o mala y nos centramos en su calidad. Muy a lo bruto y en pocas palabras, se debe criticar porque no criticar es aburrido y lleva a no cambiar nada. Y como el mundo va a cambiar independientemente de lo que nosotros hagamos, quizá podamos dirigirlo un poco al lugar al que nos gustaría que fuera, aunque sea convenciendo a una única persona, cambiando una única palabra o enfadando a un único colectivo.

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