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Los géneros literarios de los muertos

Decía Heidegger que para vivir una vida más plena, uno tiene que pasar más tiempo en cementerios. Para recordar a dónde vamos. Tengo que admitir que nunca le he hecho demasiado caso. Los cementerios son sitios bastante extraños en los que la mayoría no se siente bienvenida. Ya sea la solemnidad, la aparente necesidad de silencio o la idea de decenas o cientos de cuerpos descomponiéndose lentamente a tu alrededor, hay algo raro en los cementerios. Normal que a las brujas y a los poetas románticos les gustasen tanto.

El caso es que como hay muy poca gente a la que le gusten los cementerios, o los muertos así en general, se suelen pasar por alto dos géneros literarios que se relacionan directamente con todo esto: la esquela y el epitafio. Ambos son relativamente parecidos porque ambos sirven para dar un poco de información sobre el muerto, pero hay una diferencia importante entre ambos, y es que la esquela se dirige a un público concreto (la familia, amigos y conocidos y quizá toda la ciudad si te sobra dinero para publicarla en un periódico) y el epitafio no se dirige a nadie en particular (porque nunca se sabe quién va a pasar por delante de tu tumba y leerlo). Además, los autores son distintos también, porque si bien el epitafio es por costumbre algo que uno piensa antes de irse al otro barrio, la esquela por lo general se escribe post mortem por parte de alguien que siga vivo para poder escribirla. 

Esquela de ejemplo

De la esquela como género no me interesa hablar demasiado, porque hoy en día todo está muy estandarizado y es muy comercial, todas son muy parecidas y poco personalizables, normalmente a cargo de quien se encarga del propio muerto también. Un tu familia te recuerda, una nombre, un par de fechas y poco más. No cuenta apenas nada de cómo fue la vida (ni la muerte) de la persona a la que se refiere, es más un trámite para pegar en la puerta de la iglesia antes del entierro y para que los que vayan al tanatorio no se confundan de sala y acaben dando el pésame a una familia que no es la del muerto que ellos buscan. Aburrido y poco interesante, en resumen. Pero los epitafios son harina de otro costal. Suponiendo que sea la propia persona la que lo ha elegido, claro. Porque sí, hay un poco de contaminación comercial en esto de los epitafios también, pero la mayoría son obras de artesanía genuinas. Y probablemente por eso son tan relativamente raras de encontrar. Y es que si uno se pone a mirar tumbas, hay pocas que tengan epitafio. La mayoría se quedan con un nombre y una fecha, si eso una foto. Igual es que lo de los epitafios es una costumbre importada de américa y las escenas lacrimógenas de sus películas y todavía no ha conseguido un gran peso en nuestra cultura cristiana de enterrar a la gente. No lo sé, pero sí es verdad que al menos poco a poco se pueden ir viendo unos brotes verdes respecto a este tema. 

Lápida del personaje de Samuel L. Jackson en la saga Vengadores

Y es que siempre es interesante reflexionar un poco sobre cuál podría ser el epitafio de uno (en caso de querer una tumba). Porque no es sencillo elegirlo. Tiene que ser algo breve, que explique en unas pocas palabras todo sobre la persona que está pudriéndose debajo (o detrás si es un nicho de pared). ¿Totalmente serio, totalmente de broma o algo intermedio? ¿Qué es lo más importante en tu vida para que quede reflejado? ¿Qué impresión da? Son muchas preguntas y muy difíciles de contestar para alguien lo suficientemente preocupado con su legado como para pensar hasta qué escribir en su tumba. Luego un mindundi como yo se pasea por allí cincuenta años después y se inspira para escribir una entrada para su blog. Hay que tener cuidado con lo que uno deja de epitafio. Y es que además es un género que se da muy poco a la fama. Cuando se lee tu obra maestra, tú ya está muerto por pura lógica. Nadie se acuerda del nombre que va encima de un buen epitafio, por mucho que se acuerden palabra por palabra del propio epitafio. Un poeta tiene decenas o cientos de poesías con las que quizá conseguir que alguien se acuerde de su nombre. Un novelista tiene al menos varias novelas para lograr lo mismo. Un dramaturgo, aunque dependa de la actuación, también. Pero un epitafista solo tiene una oportunidad real de conseguirlo, y es más complicado que en cualquiera de los otro géneros. Además, que es un género eminentemente popular. Hay algún escritor de otro género metido a epitafista hacia el final de su propia vida, pero en general los que escriben epitafios son personas normales y corrientes. 

Un buen exponente del epitafismo nacional

Hay que tener en cuenta que estamos rodeados de la muerte a diario, más en estas circunstancias, pero de normal ya bastante, lo que pasa es que hemos montado un tremendo complejo cultural alrededor del tema en el que básicamente intentamos ignorarlo todo el tiempo que sea posible para evitar pensar en ello de seguido, porque al final acabamos todos como Heidegger y eso no es nada bueno. Pero la necrocultura sigue siendo una parte de nuestra cultura, y no estaría de más empezar a fijarnos un poco en estos estilos literarios olvidados solo por estar necesariamente relacionados con un cadáver. Quién sabe, puede que alguien mejor que Cervantes muriese y nos dejase una obra maestra en su lápida pero nadie se haya dado cuenta.

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