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Falcó o el fracaso de la literatura de masas

A estas alturas de la película, probablemente conozcamos todos, al menos nominalmente a Arturo Pérez-Reverte. Es, con pocas dudas al respecto, el autor actual español de más renombre y que más libros vende en todo el mundo. Periodista de profesión, se hizo muy famoso con sus saga de aventuras en el Siglo de Oro español, las aventuras del Capitán Alatriste, que fue llevada a la gran pantalla con Viggo Mortensen haciendo un trabajo espectacular para que la cinta no fuera un completo fiasco. Además se ha hecho famosos por su actitud “políticamente incorrecta” y su movimiento en redes sociales, especialmente en Twitter donde responde con más intención que gracia a diversas preguntas e improperios relacionados con su trabajo en la Real Academia Española, lo que ha dado lugar incluso a cuentas parodia de esta actitud. Todos sabemos quién es Pérez-Reverte.
Yo, personalmente, leí y disfruté las aventuras del Capitán Alatriste cuando era un adolescente, pero desde entonces y con alguna mala impresión de otras de sus novelas no había vuelto a leer nada suyo. Hasta la semana pasada, que fui a la biblioteca buscando algo que leer y se me cruzó en la sección de recomendados su novela Falcó. Según Wikipedia y la propia nota de impresión de la edición que tengo a mi lado al escribir esto, esta novela salió al mercado a finales del año 2016, proyectada ya como una tetralogía. La novela es la aventura de Pérez-Reverte por embarcarse en las historias de espías, ambientada durante la Guerra Civil y muy neutral y mucho neutral respecto al propio conflicto y sus causas. Hasta aquí nada extraño, todo correcto. Pero esta novela me sirve para tratar un tema del que llevaba tiempo queriendo escribir en este blog (que recordemos, era en un origen un blog de literatura), y que es la muerte de la literatura de masas.

Viggo Mortensen como El Capitán Alatriste

Podemos rastrear el origen de la literatura de masas a la creación de la primera imprenta de tipos móviles, hace cientos de años. Con este invento se comenzaron a imprimir libros que podían llegar a los bolsillos de muchos más, cada vez más estratos sociales distintos, cada vez más pobres podían comprar un libro y aprender a leer. Eso no es malo, al contrario, es muy bueno. Pero unos años después, tras la segunda guerra mundial, con el auge del capitalismo consumista en EEUU y por todo el mundo para enfrentar el modelo socialista de la URSS y su influencia, los productos dejan de ser productos con un valor de uso y pasan a ser productos con un valor de servicio. En otras palabras, dejamos de comprar libros porque eran libros y empezamos a comprar un rato de ocio en forma de libro. Esto tampoco es necesariamente malo, ya las novelas cortas producidas en masa, como las de vaqueros, que fueron muy famosas, eran, esencialmente esta misma idea del producto como servicio. Daba igual qué novela de vaqueros compraras, porque todas te iban a gustar porque iban cortadas por el mismo molde. Ahora bien, seguía existiendo esa separación entre la literatura de ocio puro, las novelas de vaqueros, y la literatura que buscaba ser más compleja y ahondar en temas más complicados, planteando preguntas difíciles. Pero cuando es el mercado el que manda, el arte tiene que salir huyendo.

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Arturo Pérez-Reverte

Con internet y el mercado global y especialmente con el auge del estilo de vida de trabajo-ocio (trabaja 5 días, gástatelo en los otros 2), cada vez se demanda más la literatura como servicio, que plantee tramas interesantes pero que deje de lado la profundidad de los temas y los trate de pasada, lo justo para pensar en ello mientras lees y que se te olvide al cerrar el libro. Esto es precisamente lo que hace Falcó. Está ambientada en probablemente el momento más determinante de la historia reciente de España, que creó heridas que aún no se han cerrado y que sigue dando que hablar, pero está ambientado en ese momento porque queda bonito, porque es atrayente para el público una novela de espías en la Guerra Civil, pero no porque quiera hablar de la Guerra Civil y lo que supuso: eso es demasiado espinoso y haría que las ventas de libros bajasen. En lugar de eso el personaje principal es un personaje borderline, al que no le importa para quién trabaja ni qué motivos les llevan a encargarle las misiones, al que no le importa la ideología y sentencia todo con un “tanto los unos como los otros lo hacen”. Es un personaje cobarde, no desde el punto de vista de la trama, sino desde el punto de vista del propio autor, que evita a través de sus personajes meterse en temas espinosos y vacía así de contenido ideológico una época histórica cuya importancia es fundamentalmente ideológica (aunque se le nota de que pie cojea en el trato que le da a los personajes femeninos, eso también es verdad).

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El Corto Verano de la Anarquía, ejemplo de novela que trata el mismo momento histórico pero sin despojarlo de su carga ideológica

Y el problema no es que exista esta literatura ni mucho menos, al fin y al cabo una de las labores de la literatura es entretener, ahí están las novelas de vaqueros, el problema es que una generación entera de escritores de este tipo de literatura se vuelven hegemónicos, relegando la literatura que busca la crítica social a lo marginal y excepcional, apoyándose en un sistema económico que los utiliza para reproducirse ideológica y económicamente repitiendo siempre los mismo cánticos. Y encima estos escritores, especialmente Reverte que tiene un ego capaz de consumir un planeta entero, no son capaces de ver que son simples peones del mercado y que su literatura es básicamente basura de consumo rápido, el equivalente literario a los programas de televisión del prime time. ¿Recordáis algún gran escritor de la historia que destaque por hacer literatura con los mismos temas y técnicas que todos los demás de su época? No, todos introdujeron cambios, muchos de ellos metiéndose en política a niveles muy profundos, y precisamente eso es lo que les convierte en grandes escritores (y escritoras, viva Gloria Fuertes, coño). ¿Alguien recuerda el autor de las novelas de vaqueros que leían nuestros padres con una linterna en la cama cuando eran pequeños? Nadie. E igualmente nadie recordará el nombre de Pérez-Reverte dentro de unos años, aunque internet haga que tarde más en desaparecer.

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