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Pensemos en el suicidio III: días de luto

Ahora que ya ha pasado un tiempo prudencial y que por lo que he podido leer en todas partes lo de Verónica Forqué se ha confirmado como un suicidio, creo que puedo hablar de ello sin problemas. Para mí personalmente no ha sido algo demasiado sorprendente, porque aunque la cara y el nombre de Verónica Forqué me suenan nunca ha sido una persona a la que he seguido. De hecho hasta su muerte ni siquiera sabía que participaba en Master Chef, pero voy a hablar un poco de eso porque me parece suficientemente interesante. Y es que poco antes de abandonar el programa Verónica Forqué recibió una gran cantidad de críticas por sus comportamientos en este, comportamientos que, ahora, sabemos que se debían al menos en una parte al estado de su salud mental. No voy a caer en la (en mi opinión) tremenda falacia que es decir que los que se dedicaban a meterse con ella por redes ahora lloran su suicidio, porque creo que son dos grupos de personas bastante separados. Puede que haya gente que participe de ambos, pero creo que son una minoría. En un nivel más general, sin embargo, un nivel social e institucional, se llora el suicidio de una persona sin hacer absolutamente nada por intentar atajar las causas que lo crearon. Sí, se supone que el gobierno va a crear un plan para el tratamiento de la salud mental y puede que ayude, pero no va a ser más que una pequeña tirita. 
 
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Y es que muchas de las causas del suicidio son sistémicas y no dependen exclusivamente de la experiencia individual ni de una química cerebral alterada. La pandemia es el ejemplo más dolorosamente claro de ello y sus números de suicidios un hecho difícilmente refutable. El caso de Forqué ha sido especialmente mediático porque era una persona famosa, pero durante el último años se han ido dando titulares sobre suicidios tremendamente alarmantes que a nadie le han importado lo más mínimo. Y es que, recordando a Bauman y una entrada que escribí en los lejanos tiempos del principio de la pandemia, hasta el luto es líquido. Lo de Forqué se olvidará a los pocos días de que ocurra (y así ha sido) y cualquiera que no tenga una relación directa con el suicidio dejará de preocuparse de ello tan pronto como el foco mediático se centre en otra cosa. Me cuesta creerme que todos los que hablan del suicidio como la mayor de las lacras en televisiones o redes sociales digan realmente lo que piensan porque la experiencia me dice que se les olvidará el tema tan pronto haya algo que les permita estar más tiempo en boca de todos. Todos estos días de luto por el suicidio desaparecerán en el huracán mediático que es nuestra vida como lo hacen los lutos por las víctimas de la violencia de género, las víctimas de los atentados, los asesinatos de niños (no hace tanto del caso de las Canarias), las muertes de refugiados (¿recuerda alguien a Alan, que abrió todas las portadas durante días?) y tantas y tantas otras tragedias que se convierten en vagos recuerdos en la memoria colectiva.

El suicidio, sin embargo, tiene una ventaja (o desventaja) respecto a otras tragedias, una ventaja que permite que se explote mejor por rédito político, y es que está aceptado que el suicidio es algo personal, individual, de lo cual es sólo responsable el suicida. Esto es totalmente falso, pero en el imaginario común así es como ocurre. Así es muy sencillo proponer planes de acción, mensajes tristes por twitter y demás sandeces sin meterte en temas espinosos. Porque al final negar que de la muerte de los inmigrantes en el Mediterráneo o el Atlántico tenemos una buena parte de culpa los europeos es bastante complicado, pero negar que las dinámicas sociales tienen una buena parte de culpa en los suicidios es muy sencillo, para eso creamos la palabra loco o sus miles de eufemismos. ¿Cómo va a tener culpa la sociedad que la hizo una persona famosa y rica del suicidio de Verónica Forqué? No puede tener culpa, debía estar loca. Y por supuesto tenemos que ayudar a los pobrecitos locos creando hospitales donde no puedan ser un peligro para ellos ni para otros, y sobre todo donde no tengamos que verlos ni preocuparnos por los motivos que los volvieron locos. 
 
Michel Foucault y la interrogante que cae sobre una carrera que mezcló sexo  y poder - La Tercera
Michael Foucault

En su Historia de la Locura, Foucault explica como la locura es una categoría social creada para meter allí todo aquello a lo que la sociedad no quiere enfrentarse directamente y cuyo objetivo es esconder en lugares especiales llamados psiquiátricos, que famosamente comparaba a cárceles, no solo en términos de uso, sino de intención social. Son lugares que no sólo sirven para su función de tener dentro a gente socialmente indeseable, sino de aviso para los demás de lo que ocurre si te comportas de forma socialmente indeseable. Y funciona, vaya que si funciona. Con hablar por internet con personas con problemas de salud mental te das cuenta del auténtico pavor que provocan los hospitales psiquiátricos, que en principio deberían ser lugares en los que uno recibiese la atención que necesita. A la mayoría de la gente que internan no le ayudan, porque el problema de la mayoría de la gente que internan es que el mundo es abiertamente hostil a su forma de percibirlo, y eso no se soluciona con pastillas ni con paredes acolchadas. Pero cambiar el mundo requiere mucho esfuerzo, mucho dolor y muchas pérdidas potenciales para las personas con mayor capacidad de decisión, por lo que convertir problemas sociales en problemas individuales sirve perfectamente a sus propósitos. Y para ello nada mejor que ponerse tristes y preguntarse muchas veces qué habrá podido llevar a una persona a suicidarse sin dar una respuesta definitiva. Y si se puede hacer públicamente porque la persona es famosa, mejor que mejor.

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