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Blogeando la depresión II: mirando desde mis ojos

Habiendo hablado ya un poco en general de las enfermedades mentales y cómo la sociedad se enfrenta a ella, quiero bajar un poco el debate hacia una perspectiva más individual, la mía, concretamente. Y es que hablar y teorizar a nivel social es una cosa, pero las experiencias que se viven desde dentro de la enfermedad mental son algo para lo que no existe explicación en ningún lenguaje. Con esto no quiero decir que no se puedan describir, sino que se quedan terriblemente cortas o en el mejor caso se central en algo que resulta ser completamente intranscendente. Existen descripciones detalladas de la anhedonia, del mutismo selectivo, de las oleadas de tristeza, de la desgana, de la desesperación y de todos los demás síntomas, pero vividos desde dentro parecen algo completamente ajeno a estas. Es algo que se tiene que vivir para poder entender con la suficiente profundidad, y para asegurar esto parto una vez más desde mi propia experiencia, ya que hace años tuve, como parte de un proceso ansioso, un pequeño proceso depresivo y desde entonces llevo leyendo experiencias y participando en foros con personas en esta situación. No me equivoco ni lo más mínimo cuando digo que pese a ese pequeño proceso depresivo yo no tenía ni idea de lo que la gente estaba diciendo hasta que me hundí de verdad. Yo creía que sí e incluso era capaz de identificarme con algunas de las experiencias, pero de una forma parecida a la que soy capaz de identificarme con un baile de graduación en una película estadounidense habiendo estudiado en España: poco, de lejos y con la confianza de quien no sabe lo poco acertado que está.

No se puede pedir a todas las personas del mundo que pasen por esto para que lleguen a comprenderlo y no es para nada lo que defiendo, pero creo que para lo que voy a tratar a continuación viene bien remarcar que el conocimiento superficial y externo de las enfermedades mentales es mucho menos preciso de lo que muchos quieren creer. Y es que quiero hablar de cómo se vive todo esto desde dentro en los círculos normales, en una vida normal y relacionándose con personas normales. Y aunque desde luego no puedo negar que la cosa ha mejorado en los últimos años, ahora ya se entiende un poco mejor el asunto y hemos pasado a encerrar a alguien para que su miserable vida no moleste al resto del mundo un poco menos. Esto se debe a que hemos descubierto que es más fácil, barato y “humano” empastillar a alguien que encerrarlo de por vida, aunque ya habrá tiempo para hablar de eso. Ahora toca hablar de cómo se ve esta sociedad desde una enfermedad mental. Y no se ve tan bien como se puede esperar. Para empezar puedes esperarte una reacción adversa en cualquiera que no sea un especialista o haya tenido la mala suerte de conocer esto de cerca. Es difícil verlo desde fuera porque es algo que se maquilla mucho. Por suerte queda feo llamar loco a alguien a la cara cuando se habla de estos temas, pero puedo asegurar que la condescendencia, el aparente interés que siempre resulta falso y las ganas de cambiar rápido de tema. No molesta tanto como una camisa de fuerza, pero molesta. No me parece raro, de todas maneras. Yo, por ejemplo, es probable que tenga la misma reacción si me encuentro a alguien con una enfermedad neurodegenerativa. Es culpa de la falta de conocimiento y difícilmente es evitable, aunque al ritmo que vamos dentro de unos años la mitad de la población lo va a conocer de primera mano.

Y es que una enfermedad mental no solo te afecta en lo que se supone que te afecta, no, también distorsiona tu realidad convirtiéndose en un filtro que te hace percibir todo a su través. El peso de llevar algo así dentro de ti te hace querer vivir las expectativas que socialmente se tienen de los enfermos mentales. Es una especie de síndrome del impostor muy jodido, porque yo quiero estar bien y vivir mi vida como la vivía antes, pero simultáneamente cada cosa que hago no puedo evitar pensar si es algo que una persona deprimida de verdad haría. Cada vez que me divierto un poco (porque divertirse mucho es un imposible), cada día que no siento la necesidad de no salir de la cama, cada vez que siento una pequeña emoción positiva me siento como una especie de traidor, como alguien que banaliza con algo que es un problema serio. Y sé perfectamente que no lo soy, tengo pruebas médicas suficientes para ello, pero desde aquí dentro la enfermedad se ve de una forma muy distinta a como se ve socialmente. Porque hay días malos, muchos, pero también hay días que no son tan malos, días en los que uno se siente casi una persona otra vez, pero yo no recuerdo ni una sola vez en la que haya visto en una representación de la depresión el que hay días que no son tan malos.

Pero lo más complicado de todo, sin duda, es intentar ver desde dentro cómo los demás te ven desde fuera. Porque desde fuera no se puede ver todo lo que pasa por mi cabeza, cada esfuerzo que hago para conseguir algo que en otras circunstancias es totalmente trivial, cada carga extra que le añado a mi día a día simplemente para recuperar algo parecido a la rutina que tenía antes. Desde fuera se ve que ahora salgo más a la calle, que me animo lo suficiente como para estar medianamente bien con mis amigos, que hago cosas que siempre me han gustado y he estado sin hacer porque no me levantaba de la cama. Eso se ve desde fuera, y en parte es cierto, pero lo que no se ve y es condenadamente difícil de explicar es que tengo que luchar con todas mis fuerzas contra la urgencia de no levantarme de la cama cada día, que me tengo que obligar, muchas veces necesitando hasta horas de preparación mental para hacer cada cosa que hago, que cada pequeña inconveniencia que me encuentro es una montaña que hay que escalar. Y ayuda y mucho que se me insista en que haga cosas, que se me obligue incluso, pero siento que pinta una imagen de mi recuperación que no solo es cierta, sino que se aleja por completo de la realidad y que en un futuro próximo se me va a pedir y exigir mucho más de lo que soy capaz de dar y habrá reacciones adversas, y no será porque me he vuelto a hundir, sino porque nunca había salido tanto del pozo como mis actos daban a entender.

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