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Blogeando la depresión I: la pandemia que decidimos ignorar

 Este artículo y los que le siguen me han sido muy difíciles de escribir, no por el tema que tratan en sí, a estas alturas ya lo tengo asumido, sino porque lo estoy escribiendo desde dentro. Antes de nada decir que nos soy médico ni tengo formación de ningún tipo en este aspecto, más bien al contrario, ya que escribir estos artículos es en parte una tarea cuyo objetivo es mantenerme levantado de la cama y empezar a luchar contra mi depresión para volver a ser medianamente funcional. Tengo unas cuantas ideas sobre qué escribir y pienso que tratarlo por separado es lo mejor, así que mi idea es publicar una serie de artículos ordenados. Si algo bueno tiene la depresión es que te da tiempo para pensar. Llevo “preparando” estos artículos ya varias semanas, pero todo el jaleo que se ha montado alrededor de Simone Biles (esta línea da una idea de cuánto he tardado en escribir y publicar esto al final) me ha ayudado a saber por dónde empezar y a organizarme las ideas. Empecemos por la salud mental y la sociedad.


Es un poco absurdo negar que la salud mental lleva literalmente siglos siendo un tabú, algo de lo que no se puede hablar porque no se entiende y a lo que no se entiende se le tiene miedo. Hace poco más de cien años que existe la psicología como disciplina y aun así en muchas partes de occidente sigue siendo algo a lo que se le mira con repugnancia. Pero la realidad no perdona ideas añejas, y es que con todo lo que ha ocurrido últimamente parece que es un tema que quiere entrar por la fuerza en el debate público. No es sólo la renuncia de Biles; hace no mucho se llevó al congreso un proyecto para el tratamiento de la salud mental y la prevención del suicidio al que un gilipollas respondió demostrando que lo era, y hace apenas unos días ha saltado por todas partes la noticia de que el suicidio ya es la primera causa de muerte entre los jóvenes en España, así como mucha preocupación sobre la salud mental de los niños debido a la pandemia y al confinamiento. La rueda del tiempo lo alcanza todo y esta es una deuda que la sociedad tiene desde hace mucho. Y una deuda grande y profunda. No por nada los manicomios han sido uno de los escenarios preferidos para las novelas de terror durante tantos años. Han sido (y siguen siendo) lugares terroríficos en los que la especie humana ha encontrado sus mayores bajezas, y no siempre a cuenta de los que estaban internados allí. Y así algo que ya de por sí es una tremenda putada se hace aún más difícil por todos los mensajes que llegan desde fuera y que no contribuyen para nada ni a atacar las causas de las enfermedades mentales ni a atenuar sus consecuencias. Porque aunque generalmente las causas sean varias actuando en conjunto, muchas de ellas sino la mayoría están totalmente fuera del control de las personas que sufrimos estas enfermedades. Porque por mucho que me esfuerce no puedo alterar mi química cerebral a voluntad, ni descubrir inmediatamente cuál es el origen del episodio, ni evitar lo que lo causa suponiendo que descubra el origen, ni en muchos casos salir de contextos vitales que machacan el espíritu de tal manera que uno no puede más que abocarse a la enfermedad. Y por desgracia el desconocimiento social es una grandísima traba para solucionar muchos de estos problemas, que en muchos casos no dejan de ser problemas accesorios de otros más graves.

Y es que debemos empezar a plantearnos la enfermedad mental como lo que es: una pandemia, una pandemia a la que no le hacemos caso porque no podemos permitírnoslo. El covid sirve de ejemplo de las desastrosas consecuencias para la gran economía que tiene algo así, y eso que en el caso del covid se puede mantener la careta de que el sistema económico no ha tenido la culpa (lo cual es cierto aunque no quita que ha ayudado muchísimo a su expansión y descontrol). El caso de las enfermedades mentales es aún más espinoso, pues muchas soluciones pasan por dar calidades de vida y trabajo razonables a las personas, con el perjuicio económico que eso implica para quienes se lucran de mantener trabajadores en peores condiciones. También implicaría replantearse muchas cosas que se quedan en los márgenes de una sociedad por y para el trabajo pero que son una consecuencia directa de esta: el ocio, las relaciones personales, el consumismo, la planificación urbanística,… Tantas y tantas cosas que es más sencillo pensar que no hay solución a empezar a trabajar en ella. Porque, y si te quedas con algo de todo este artículo que sea con esto, el capitalismo y su organización social tienen un peso enorme en la proliferación de las enfermedades mentales y en las “respuestas” que se ofrecen a estas.

Pero, aunque hay ciertas corrientes de pensamiento hacia las que yo tiendo que se quedarían con el final del párrafo anterior, yo creo que eso es simplificar demasiado el asunto. Sí, una organización social más comunal y menos centrada en el beneficio económico y el rendimiento haría maravillas en la salud mental de muchísimos, de la mayoría incluso, pero siempre habrá personas cuyos problemas no vengan de esta sociedad y se mantengan incluso en una posible sociedad idílica. Esas personas (entre las que yo creo que no me encuentro, por cierto) tienen todo el derecho a ser consideradas en el debate, a que se oigan sus opiniones y se les proporcionen soluciones en la misma medida que a cualquier otro, así que no podemos dejar el tratamiento de la salud mental como algo que se solucionará ello solo cuando el capitalismo colapse. Y en mi opinión esa solución pasa por la investigación (que más o menos ya se está llevando a cabo), pero también por la concienciación y la resignificación de los términos médicos. Tengo intención de hablar de lo primero más adelante en otra entrada, pero básicamente se trata de trabajar para paliar el desconocimiento porque este lleva al miedo y la incomprensión. La resignificación es una herramienta que ya se usa, por ejemplo cambiando la utilización de términos médicos como “subnormal” una vez estos se convierten en insultos, cosa que no pasa con términos como depresión o bipolaridad que se lanzan desde entendidos y profanos como que ambos tuviesen los mismos derechos y describiesen las mismas situaciones. Y de nuevo es algo que creo que hay que hacer desde la propia comunidad que lo pide.

Por suerte respecto a este tema parece haber mucha esperanza viniendo de las generaciones nuevas, cuyas formas de comunicación y socialización son tan radicalmente diferentes que muchos tabúes están desapareciendo. Sumado a la facilidad de acceso a la información, no es raro ver personas haciendo hilos y hablando abiertamente de sus problemas de salud mental, sus posibles soluciones, compartiendo experiencias con medicaciones y terapias, encontrado y dando apoyo en distintas páginas,… Es una cosa que da gusto ver desde dentro y de la que sienta muy bien participar, entre otras cosas porque la inmediatez, la sencillez y en muchos casos el anonimato permiten superar algunos de los grandes baches de muchas enfermedades mentales (como la depresión o la ansiedad), como son la el esfuerzo que supone hablar con la gente (titánico en determinados momentos), la vergüenza e incluso la dosificación y predisposición de la persona con la que hablas, porque muchas veces cuesta encontrar a alguien con quien te sientas cómodo contándole tus penas una y otra vez y que no cobre por ello.

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