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Posteridad*: La nueva superstición


por Benjamin De Casseres

*Posteridad se refiere en este texto algo a las generaciones inmediatamente venideras, no a una idea abstracta de ser recordado durante muchos años

El último cebo colocado por el indestructible dios de la ilusiones es la Posteridad. Se ha invitado al hombre a la vida por varios motivos. Hace tiempo fue por la gloria de Dios. Comte propuso como motivo la gloria del hombre. Ahora nos invitan a vivir por la gloria de la Posteridad, que Nietzsche llamó el Supervisor y que los socialistas llaman “la generación en alza”.

Nadie ha pensado en la gloria de vivir simplemente por vivir, por comer, luchar, de reproducirse simplemente porque produce placer. Siempre hay demonios-dioses que piden sacrificios, palabras espectrales que exigen obediencia y tributo en todas nuestras acciones. Nada debe poder existir por sí mismo. Todo tiene que existir por causa de otra cosa. El olor de una rosa solo se legitima si hay una nariz humana que lo huele y el olor de nuestros actos y pensamientos solo es “moral” o “bueno” si agrada la nariz de Dios, la Iglesia, el Bien Común o la Posteridad.

El hombre aún no se ha convertido en un buen animal. Sufre de ideales como una vez sufrió de supersticiones. Un ideal es una superstición vestida de traje. Hay poca diferencia entre creer que el viento del este soplando por la chimenea en una noche de luna llena te dará buena suerte o que un acto que te dará placer hacer es “bueno” si beneficia a la Posteridad y malo si no lo hace.

Oriente venera a sus antepasados, el Occidente venera la posteridad. Oriente se agacha sobre el vientre con ofrendas a fantasmas, Occidente agacha su cabeza para adorar fantasmas que aún no han nacido. Cuando un oriental adora el alma en un trozo de madera le llamamos supersticioso. Cuando un occidental adora ciertas letras de su abecedario que deletrean “Dios” o “Iglesia” o “Moralidad” o “Posteridad” lo llamamos el Ideal. Y una sonrisa aparece sobre el entrecejo de Puck y Momo.

Adorar a los ancestros es la antigua superstición, adorar a la posteridad es la nueva superstición. Botellas antiguas se llenan de vino nuevo, pero sin quitar las viejas etiquetas. Marchamos bajo consignas hacia Ultima Thule al son de los tam-tams que tocan sacerdotes e idealistas. Todavía hacemos señales a un montón de seres imaginarios con nuestros pañuelos teñidos de colores estridentes por nuestra última absurda abstracción.

Todas estas palabras ante las que los hombres se inclinan durante su vuelo a través del rostro del Tiempo nacen de la idea de Responsabilidad, que en algún sitio Alguien está reconociendo sus actos y los tendrá en cuenta. A veces es el Jehová concreto y barbudo de los Judíos, ahora parece que es la vagamente oculta, lampiña y sin rostro Posteridad. La idea de responsabilidad es tan universal como todas las otras ilusiones: la estupidez de una idea o instinto simplemente prueba su universalidad. Del sentimiento de responsabilidad aparece la doctrina más inmoral y destructora de fuerzas que conocemos: la doctrina de la Expiación Delegada.

La responsabilidad ante Dios fue la gran primera mentira necesaria, pues si hay que preservar la especie (nadie ha encontrado nunca una respuesta racional a por qué se debería), las mentiras son más necesarias para su sustento y crecimiento que las verdades. La responsabilidad ante Dios o los dioses fue el primer ideal, la tabla de nacimiento que aplastó y retorció el cerebro y el alma de egoístas sanos y cambió sus centros de gravedad desde el egoísta Yo a una No-entidad que todo lo ve y todo lo registra que tenía nombre pero no lugar físico.

El hombre nace a semejanza de las incalculables generaciones que vinieron antes, pero se convence, en su gran ignorancia, que ha sido creado a imagen de otro, un gigantesco alcaide que le permite recorrer la tierra como quiera mientras siga una serie de normas carcelarias para mantener la paz. La idea de una responsabilidad eterna a esta abstracción germinó primeras semillas de la debilidad moral de los hombres, paralizando sus actividades, enfermándole con escrupulosidad y llenándole con la conciencia de que actividades sanas son pecado. La guerra comenzó en su interior, una guerra entre su instinto irresponsable superior y la idea de una responsabilidad delegada, y de ese caos surgió el Cristiano lloroso, el señor de los andrajos llamado el Idealista y ese mojigato servicial, la Conciencia.

La idea de la responsabilidad a Dios comenzó a declinar cuando comenzó a surgir la idea de que el hombre no es un ser celestial si no social. Entendiéndose a sí mismo como esto, inventó una nueva responsabilidad llamada “responsabilidad social”. La vieja máscara con nueva pintura. La frase “bienestar social” se elevó al Arca de la Alianza de las Mentiras. Un acto ahora era bueno o malo según afectase a la comunidad. El hombre amaba a su vecino por las responsabilidades a las que le podía empujar, la urna electoral era la Kábala, la comunidad tenía el poder de bendecir o maldecir al individuo. Dios se había convertido en un orador de ayuntamiento, el Ángel Cronista se había convertido en reportero de juzgado. La época del Estado-Mentira había empezado.

La transición es fácil de la palabrería sobre vivir para “hacer bien a la comunidad” y “beneficiar al todo” al ideal de vivir para la Posteridad. La antigua doctrina del sacrificio de sangre reaparece en esta superstición de la posteridad, ligeramente atenuada y separada de sus características más salvajes e inmediatas, pero manteniendo el antiguo rastro de responsabilidad y remordimiento vital.

Nos dicen que vivamos para la posteridad, que debemos reproducirnos para la posteridad, comer para la posteridad, ser morales para la posteridad e, incluso, morir cuando sea necesario para la posteridad. Legislamos para la posteridad, criamos a los niños pensando en la posteridad, cambiamos el sistema social pensando en la posteridad, violamos las libertades individuales pensando en la posteridad, construimos Utopías pensando en la Posteridad, votamos a los partidos socialistas por la posteridad.

Es el fetiche, el Moloch, el Becerro de Oro de nuestra civilización. Nosotros, que estamos vivos, en un presente de carne y sangre no tenemos derechos, el ego no es suficiente en sí mismo, somos solo hierbas para mostrar en qué dirección soplan los vientos sociológicos y evolutivos, somos solo los ladrillos y el mortero que se usará para construir el maravilloso, fantástico y fantasmal edificio en el que se guardará esa Sagrada Familia de la Posteridad. Nuestros actos no sirven a no ser que alimenten el grandísimo estómago de mañanas incalculables que no existen. Somos solo restos de hueso y carne arrojados al glotón fugitivo del Futuro por Idealistas de almas máculas y los altruistas sin carácter que envenenan la vida con sus doctrinas de responsabilidad; nuestros instintos, nuestro mismo tuétano se deben infectar del virus del altruismo y nuestras caras deben ser beatificadas con los rayos de la Luz de la Posteridad. ¡Debemos lucir con el brillo de “Vivir Bien” porque los charlatanes altruistas y su obsesión por Súcubos e Íncubos han soñado un nuevo sueño al que llaman Posteridad!

Débiles, impotentes, indefensos ante el presente inamovible, el hombre alivia sus dolores con esperanza en el futuro. No pudiendo regular su vida hoy, se promete a sí mismo un mañana virtuoso delegado. Sin atreverse a colocar su Ego como Dios y su placer sin fin como suficiente motivo para sus actos, coloca un Alter Ego y lo llama Posteridad, a lo que una vez llamó Dios, luego Estado o Comunidad.

Con ojos eufóricos y la lengua colgando espera su felicidad en la Posteridad- algo que nadie ha visto nunca, algo que nadie puede definir, algo que no puede existir.

Publicado por primera vez en Liberty,

Nº 402, Octubre de 1907

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