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Egoísmo


por John Beverley Robinson

No hay una palabra que se malinterprete más que egoísmo en su significado moderno. En primer lugar, se entiende como devoción al interés propio, sin tener en cuenta el interés de los demás. Por tanto se opone al altruismo - devoción por el interés ajeno y sacrificio del yo. Esta interpretación se debe al uso así opuesto por Herbert Spencer.

También se identifica con el hedonismo o el Epicureísmo, filosofías que enseñan que conseguir placer, felicidad o ventajas, como prefieras decirlo, es la norma de la vida.

El egoísmo moderno, tal como Stirner y Nietzsche lo proponen y como lo exponen Ibsen, Shaw y otros, es todo esto, pero es más. Es el reconocimiento del individuo de que es un individuo y que, por lo que a él le compete, es el único individuo, pues cada uno de nosotros nos encontramos solos en el universo. Rodeado de vistas y sonidos que interpreta exteriores a sí mismo, aunque sabe que son impresiones en su retina, en su tímpano y en otros órganos sensores. El universo para él se mide por estas sensaciones y estas son, para él, el universo. Algunas de ellas las interpreta como indicativas de otros individuos, a quienes concibe más o menos como él mismo. Pero ninguno de ellos es él. Se mantiene al margen. Su conciencia, y los deseos y gratificaciones que entran en esta, es una cosa única; ningún otro puede entrar en ella.

Pero el egoísmo es más que esto. Es el reconocimiento del individuo de que se encuentra por encima de todas las instituciones y todas las fórmulas; estas existen solo mientras decida hacerlas propias aceptándolas.

Cuando veas claramente que tú eres la medida del universo, que todo lo que existe los hace solo para ti en tanto se refleja en tu propia consciencia, te conviertes en un hombre nuevo, ves todo con una nueva luz: te encuentras en un alto y sientes el aire en la cara, y encuentras nuevas fuerzas y gloria en ello.

Quienquiera que sean los dioses a los que adores, te das cuenta de que son tus dioses, el producto de tu propia mente, tan terribles o amigables como tú mismo decidas representarlos. Los mantienes en tu mano, juegas con ellos como un niño con muñecas de papel, pues has aprendido a no temerlos, has aprendido que no son más que “imaginaciones de tu corazón”.

Has aprendido a ver más allá de todos los ideales que los hombres ven como realidades, has aprendido que son tus ideales. Que los hayas originado o aceptado de otro no marca ninguna diferencia. Son tus ideales mientras los hayas aceptado. El sacerdote es respetable solo mientras tú lo respetes. Si paras de respetarlo, ya no será respetable para ti. Tienes el poder de hacer y deshacer sacerdotes tan fácilmente como haces y deshaces dioses. Eres ese de quien cantan los poetas, el que se mantiene firme así el universo se haga pedazos delante de ti.

Y todas los otros ideales por los que los hombres se emocionan, por los que los hombres se esclavizan, no tienen poder sobre ti; no sigues temiéndolos, pues tu sabes que son tuyos, hechos en tu propia mente para tu propio placer y que pueden cambiarse o ignorarse simplemente eligiendo cambiarlos o ignorarlos. Son mascotas con las que juegas, no a las que temes.

Muchos ven al “Estado” o al “Gobierno” como algo por encima de ellos, algo a reverenciar y temer. Lo llaman “Mi País” y si dices las palabras mágicas, correrán a matar a sus amigos, a los que normalmente no dañarían ni con un alfiler si no estuvieran drogados y cegados por un ideal. La mayoría de hombres pierden su sentido común cuando están influenciados por sus ideales. Impelidos por ideales como “religión” o “patriotismo” o “moralidad”, saltan a la garganta unos de otros - ¡incluso aquellos que normalmente son los más amables de entre los hombres! Pero es que sus ideales son para ellos como las “ideas fijas” de los locos. Se vuelven irracionales e irresponsables bajo su influencia. No solo destruirán a otros, si no que abandonarán sus propios intereses y correrán alocados a destruirse a sí mismos y a sacrificarse a un ideal que todo lo devora. ¿No es curioso esto para quien observa con una mente filosófica?

El egoísta no tiene ideales, pues el conocimiento de que los ideales son solo sus ideales le libera de su dominación. Actúa por interés propio, no por el interés de unos ideales. No ejecutará a un hombre ni golpeará a un niño por la “moralidad” si esto le resulta desagradable.

No venera al “Estado”. Sabe que el “Gobierno” es un grupo de hombres, muchos igual de ignorantes que él mismo, otros mucho aún más. Si el Estado hace cosas que le beneficien, se beneficiará, si le ataca y traspasa su libertad, hará lo que tenga que hacer para escapar si no es suficientemente fuerte para soportarlo. Es un hombre sin nación.

La “Bandera” que la mayoría de hombres adora, pues los hombres siempre adoran símbolos, adorando el símbolo más que el principio que supuestamente representa, es para el egoísta poco más que una tela que combina mal y cualquiera puede pisarla o escupirla si quiere sin despertar sus emociones más que si lo hicieran sobre una lona cualquiera. Los principios que simboliza los mantendrá mientras le parezca ventajoso, pero si esos principios requieren de matar o morir, tendrás que demostrarle que beneficio puede tener matar o morir antes de que siga defendiéndolos.

Cuando el juez entra al juzgado vestido de toga (in his toggery) (los jueces, los pastores y los profesores conocen el valor de la toga para impresionar al populacho) el egoísta no se asusta. No tiene ningún respeto por la “Ley”. Si la ley le resulta ventajosa, la seguirá; si invade su libertad, la romperá siempre que piense que tiene sentido hacerlo. No cree en ella como algo sobrenatural. No es más que la torpe creación de quien todavía está “en la oscuridad”.

Y para los demás ideales, pequeños y vagos, a los que hemos encadenado nuestra mente y a los que hemos reducido nuestras insignificantes vidas, para el egoísta existen como si no existieran.

En resumen, el egoísmo en su interpretación moderna no es la antítesis del altruismo, si no del idealismo. El hombre ordinario - el idealista - subordina sus intereses a los intereses de sus ideales y normalmente sufre por ello. Al egoísta no le engaña ningún ideal: los usa o los abandona según le conviene.



Nota Biográfica: John Beverly Robinson fue uno de los integrantes del pequeño grupo pioneros del egoísmo autoconsciente a principios del siglo XIX y una figura importante en el anarquismo individualista americano, que continuó su rol activo en los EEUU después de que Benjamin Tucker dejara de publicar LIberty en 1908. John Beverly Robinson comenzó como un asociado de Louis F. Post, el famoso monoimpuestista (single-taxer), y ayudó a publicar The Free Spoiler a principios de los 1880s. Evolucionó después esta posición progresista (NT: usa el término “liberal”) hacia un anarquismo tolstoiano primero y luego hacia un individualismo. Junto con Tucker, John Henry Mackay y otros, negó los derechos naturales como ficciones y abrazó el egoísmo de Stirner y el mutualismo de Proudhon, cuya Idea general de la revolución en el Siglo XIX tradujo al inglés (Freedom Press 1923). Robinson fue también autor de Economics of Liberty, inspirado en las ideas de Proudhon (publicado por Herman Kuehn en 1916 en Minneapolis) y Rebuilding The World: An Outline of the Principles of Anarchism. El texto previo se publicó por primera vez en verano de 1915 por Herman Kuehn en su crítica mimeografiada del anarquismo individualista Instead of a Magazine (En vez de una Revista). Esperamos que republicar este texto sobre el egoísmo filosófico sirva para introducir a más lectores a este punzante, provocativo y chistoso defensor del anarquismo.

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